
Un sonido. Uno solo y el aire de las montañas temblaba cual hoja al viento. Un susurro hermoso que al pasar el tiempo se distingue, entre la brisa, entre el canto de las águilas, en la inmensidad de la nada. Armonía, una melodía de acordes celestiales se oye a lo lejos, un clamor de flautas y arpas
el cual es bruscamente interrumpido con otro sonido, con otro clamor aterrador y de igual potencia. Gritos de guerra rasgan el manto de tranquilidad y los ejércitos se estrellan tal como una intensa marejada. Cuerpos inertes caen en el suelo, las venas de la tierra ya no son de agua y ríos, sino de sangre y muerte. Ambos bandos pelean por una causa, sin embargo se enfrentan entre sí. La Reina, Señora de los Instrumentos, contempla esta masacre desde una ventana de su palacio, hecho de jade y plata. Sabe que su real cabeza tiene precio, y es tan grande la desesperación de su gente frente a las batallas de ruina, que su frente virtuosa muchas veces se nubla con pensamientos de silencio y paz
una paz que solo se encuentra cuando el cuerpo queda inerte y el alma escapa de él con la rapidez de sus notas musicales. La soberana no soporta más la situación, la gente desde la altura parecen miles de hormigas, hormigas que se matan entre sí y que gritan Muerte como si fuera una plegaria. La música vuelve a sonar, más triste que antes, más arrepentida y definitivamente sin esperanzas. Los batallones paran de luchar, el viento mueve las banderas de pugna y los cabellos de los caídos entre armas resquebrajadas y sangre esparcida. Todos intuyen algo, sin embargo no alcanzan a dimensionar la causa. Ya las espadas no se blanden, ni el arco canta, ni la flecha silba. Las hachas son arrojadas al suelo, los escudos caen como hojas en otoño. La música hechiza a quienes la escuchan y les da un presentimiento
una certeza de cambio radical.
En la alcoba real la melodía para y las damas de honor de la Reina lloran desconsoladas, rompen sus vestiduras con desesperación y ruegan. La melodía ha cesado, mientras el cuerpo sin vida de la Reina yace en el suelo, manando sangre y vertiéndola en el delicado tapiz. La última opción de la Reina, su deseo más profundo, la paz
solo fue conseguida con la erradicación de la causa, el propósito de la batalla ya no existía. Una daga en el suelo, daga que cortó las venas de la Señora de los Instrumentos con suma facilidad, era la responsable, cuidadosamente escondida en el soporte del gran arpa de marfil. La Reina ya no cantará ni encantará, y el martirio de su pueblo cesará por fin. La melodía que resonaba en las montañas era un aviso, era la otra póstuma de aquella dama, su réquiem personal
1 comentario
Morgy Chan ^^ -
postea en mi blog maricona ¬_¬
XDDDDDDd
te kellllooooooo
aioooooooos